La vida de las hormigas by Maurice Maeterlinck

La vida de las hormigas by Maurice Maeterlinck

autor:Maurice Maeterlinck [Maeterlinck, Maurice]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias naturales
editor: ePubLibre
publicado: 1930-01-01T05:00:00+00:00


V

El asunto de la ayuda mutua plantea otro que nos lleva a la moral del hormiguero. Los primeros investigadores, Latreille, Lepeletier de Saint-Fargeau, etc., afirmaban que habían visto a las hormigas socorrer a sus compañeras mutiladas y cuidar a las heridas y a las enfermas. Con más circunspección dice Forel que, si bien es cierto que aparentemente se interesan por las heridas leves, sacan del nido y abandonan a su suerte a las graves. Sir John Lubbock, que acerca de esto realizó los experimentos más metódicos, confirma que, con la mayor frecuencia, les son indiferentes a las obreras las desgracias de sus compañeras, y sólo se acuerdan de prestarles ayuda cuando están enviscadas o, cuando a medio ahogar o sepultadas por un derrumbamiento, ven que con poco esfuerzo pueden salvarles la vida.

Estas indecisiones, tales incertidumbres, las asemejan más a nosotros y las separan de las abejas y de los termes, entre los cuales no hay excepciones en cuanto a la indiferencia para el mal ajeno. Las abejas expulsan despiadadamente de la colmena a cuanto sucumbe; los termes lo devoran en el acto, pero la hormiga, más circunspecta que nuestros caníbales, ni siquiera se comen los cadáveres de sus enemigos.

En los hormigueros, lo mismo que en nuestras ciudades, entre los que van más allá, se detiene, a veces, el buen samaritano, como dice el Evangelio. ¿Ocurre esto con más o menos frecuencia que entre los hombres? No están de acuerdo los autores. De todas maneras parece que existe, y ello es evidentemente más extraordinario y más desconcertante que si la caridad fuese en tales sitios universal e instintiva, pues entonces no habría más que relacionarla con la ley orgánica que la rige, la hace inevitable, automática, y le quita todo el mérito y todo el reflejo humano.

No recordaré rasgos que, según creo, son suficientemente conocidos y se encuentran en todos los estudios acerca de las hormigas. Aludo a la Fusca, pequeña, nacida sin antenas, atacada por hormigas extrañas y recogida por unas compatriotas que se la llevan a su nido; a la desventurada hormiga caída de espaldas, incapaz de levantarse ni de alimentarse, a la que salvan unas compañeras suyas; a las obreras embriagadas (víctimas de nuestros experimentos) que son llevadas al nido; a la reina de Lasius flavus, aplastada por un descuido y a quien sus súbditos siguen cuidando varias semanas, como si todavía viviera. Ya había advertido Huber que cinco o seis obreras permanecían junto al regio cadáver durante unos cuantos días, le limpiaban y le lamían sin interrupción; «ya —añade graciosamente— porque guardaran algún cariño a su soberana o porque confiasen en reanimarla con sus cuidados».

Estos ejemplos, a los cuales podríamos agregar los de Ebrard, los cuales, por la calidad de sus observaciones, no han sido puestos en duda por nadie, nos demuestran que por las sendas del hormiguero viajan más samaritanos que por el camino de Jerusalén a Jericó, que no es la peor frecuentada de nuestras carreteras humanas.

Sería bueno examinar con lupa cada uno de tales rasgos.



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